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Stupido stronzo, hai rotto la bottiglia e devi pagare per questo! |
El gángster más famoso de Chicago giró hacia un húmedo callejón y las luces de las farolas dejaron de iluminar la carrocería del vehículo, como los rayos del Sol en un atardecer de invierno. Hizo sonar el claxon un par de veces, y al ver que nadie aparecía, silbó de forma estridente y gritó un insulto en italiano. En pocos segundos aparecieron cuatro hombres de tez oscura y pelo graso que descargaron el valioso cargamento con la eficiencia digna de una cadena de montaje.
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Botellas gigantes del licor nacional del vecino del sur, Méjico |
Al cabo de una semana, dos cajas de whiskey acabaron en una
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¡Menos mal que la Guerra Fría acabó y pueden importar botellas gigantes de Smirnoff! |
Contada esta divagación amena acerca de lo complicado que era conseguir beber en aquella época de mafiosos, depresión y americanismo, simplemente comentar que en ese ambiente de presunta ilegalidad era más sencillo conseguir un vaso de whiskey para un menor de edad -por ejemplo Sean y James- de lo que es en la actualidad. En los Estados Unidos de América, un ciudadano tiene la posibilidad de conducir un coche con dieciséis años de edad, de fumar tabaco y marihuana (con la tarjeta médica pertinente, tremendamente complicada de conseguir) a los dieciocho, disparar un fusil de asalto a esa misma edad, pero sin duda alguna, ha de esperar a los veintiuno para beber alcohol y jugar en el casino. Y que conste que ni soy un alcohólico ni un ludópata, pero habiendo sido mayor de edad para todos los menesteres en España (exceptuando el poder disparar con una Kaláshnikov, ¡maldita sea!), me resulta un poco frustrante tener que depender de otros para poder comprar ciertos productos, y tener vetada la entrada a la inmensa mayoría de bares, clubes, casinos, discotecas y antros.
Poco a poco voy comprendiendo cosas acerca de este país de clichés, pero para algunos asuntos, ¡no te entiendo América!
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