viernes, 27 de mayo de 2016

Cementerios



¿Qué te inspira un cementerio? Plañideras, muertos y fantasmas, lágrimas amargas y despedidas para siempre. Son sitios agridulces, ya que implican decir un adiós sin concesiones, pero al mismo tiempo son monumentos a la vida.

Desde hace tres o cuatro años, le he cogido cierto gusto a visitar cementerios. Son lugares que, efectivamente, tienen un aura especial. Cuando lees epitafios de un niño que murió a la semana de vida, el corazón se te quiebra en mil pedazos. No obstante, cuando encuentras la dedicatoria de amor incondicional de unos hijos a un padre que tuvo una vida plagada de anécdotas (y es que en los detalles reside la felicidad), no puedes evitar esbozar una sonrisa y pensar que, efectivamente, la vida es una enfermedad terminal pero el camino que seguimos puede ser tremendamente divertido.

El primer cementerio que me impresionó fue el de La Almudena, en Madrid. Esta necrópolis es sencillamente gigante, albergando cerca de cinco millones de muertos, lo cual significa que tiene más muertos que habitantes hay en la capital de España, y una cantidad de calcio equivalente a la producción lechera española en siete meses y medio.


Silueta del cementerio de La Almudena sobre Hyde Park

Cuando entras al cementerio, siempre sueles encontrarte con el comprometido familiar que va a dejar un ramo de flores cabe la tumba o nicho del muerto. Eso siempre me hace recordar una reflexión del cura de mi barrio, en aquellos tiempos en los que aún pensaba que Dios podía ser la solución a los interrogantes de la existencia. En particular, el cura Tomás nos dijo que “no comprásemos flores cuando alguien muriese, sino que las regalásemos en vida”. Ésa es una de las frases que más se me han grabado a fuego, y que intento llevar a la práctica siempre que me es posible.


Entrada de La Almudena. Cruzando las puertas a otro tiempo.


 Caminar por el cementerio es una tarea introspectiva. Te das cuenta de que estás rodeado de innumerables historias, y eso te hace apreciar más la tuya. Lo que no negaré es que la mayor parte del cementerio (especialmente la nueva) no es especialmente bonita, y las tumbas antiguas están más bien descuidadas. Decía un sabio cuyo nombre no recuerdo que “uno nunca muere mientras esté vivo en el corazón de alguien”. Esto significa que, de media, se olvidan de tu tumba unos 80 años después de tu muerte, ya que tu conocido más joven en el momento de tu deceso también ha pasado a mejor vida.


Tumbas destrozadas por el tiempo y el olvido.

 Y efectivamente, esta regla se cumple a no ser que seas famoso. Las tumbas de la gente que la palmó antes de 1920-1930 están prácticamente en estado de ruina, y puedes comprobar cómo se van fundiendo poco a poco con la naturaleza. En las partes antiguas del cementerio, recuerdo haber estado al menos a doscientos o trescientos metros de la persona –viva- más cercana.

Finalmente y cuando sales del cementerio, notas como si estuvieses pasando a otro mundo. El tiempo se para cuando caminas entre tumbas y panteones, y volver a la calle implica cruzar un tenue velo entre el mundo de los muertos y los vivos.

En los meses que llevo en Londres, he podido visitar únicamente dos cementerios, y me faltan cinco para completar Los Siete Magníficos, una red de cementerios de estilo victoriano que se planearon con el fin de no superpoblar las iglesias de cadáveres del Imperio Británico. A diferencia del cementerio de la Almudena, estos cementerios son preciosos, y el clima favorece la decadencia de las tumbas de aquellas personas que fueron olvidadas hace ya tiempo.

Matemáticas en la naturaleza

No se me ocurre ninguna leyenda Tumba y flores

Entre los siete magníficos, he visitado a Charles Bronson y Steve McQueen el cementerio de Brompton y el de Highgate, este último el más famoso de la urbe al estar enterrado el aún influyente filósofo Karl Marx. Su tumba no está olvidada, y de hecho su macrocéfalo monumento funerario está rodeado de otras tumbas de luchadores marxistas del mundo entero, formando un cortejo fúnebre de impertérritos ideales.
 
Trabajadores del mundo, uníos

Hablando de Brompton y Highgate como si de un solo cementerio se tratasen, destaco lo salvaje que son ambos. Estamos hablando de sitios que aun preservan un ecosistema auténtico dentro de la metrópolis. De hecho, Highgate está catalogado como reserva natural, así que no resultaba raro ver ardillas, zorros y pájaros cuyo nombre desconozco debido a mi ignorancia ornitológica (pido perdón a mi padre).
 
¿Bosque o cementerio?

 Nuevamente, los epitafios de sendas necrópolis ocuparon mi mente durante unas cuantas horas, e imaginaba la vida de aquéllos que dejaron nuestro mundo de manera precipitada, muertos en las guerras, los incendios, por enfermedades que ya no existen –en los países occidentales- y enterrados bajo el mar. Noté cierta tendencia de modas en las lápidas, y se podría apreciar cómo iban cambiando de modelo a medida que pasaban los años. No obstante, había un nexo en común: referencias religiosas y a la vida eterna.


Espero que nos encontremos de nuevo

Si algo envidio de la gente religiosa es su capacidad para afrontar la muerte arguyendo que les espera una vida de eternidad. También echo de menos el rezar y la capacidad curativa que tiene en momentos de dificultad, pacificando la mente independientemente de que se cumplan nuestras plegarias a una entidad tan antigua como el hombre. En cualquier caso, el no rezar quiere decir que sigo buscando explicaciones. No tengo ningún problema en fundirme con el suelo debajo de mí una vez que llegue el momento, pero mientras siga aquí seguiré visitando cementerios para valorar mi vida, honrar a aquellos que ya no están y aprovechar una mañana de domingo para dar un paseo por un espacio de naturaleza, donde las enredaderas se funden con la piedra y los zorros te observan en la distancia.

We´ll meet again



domingo, 13 de diciembre de 2015

Sobre las personas y los lugares



Soy un cabrón, lo admito. A los tres gatos que leéis este blog, siento mucho haberos mentido, porque es evidente que no lo estoy actualizando nada. Pero no desistáis, hoy voy a escribir una pequeña reflexión acerca de las cosas que he sacado en claro durante estos meses en la capital del Imperio Pirata.

He conocido a mucha gente. Gente de procedencias muy diversas, tanto españoles como extranjeros (y quizás dos o tres ingleses). Y me encanta. Conocer gente nueva es posiblemente una de las experiencias que más merecen la pena en la vida. Al fin y al cabo, Londres se está gentifricando, y como el resto de capitales de Occidente -¡y Oriente, qué cojones!-, caminar por las calles comerciales se reduce a una serie repetitiva de franquicias bisílabas. No obstante, la gente siempre es distinta. Da igual qué apariencia tengan y de dónde sean, porque cada individuo tiene unos matices nuevos que no puedes encontrar en ninguna otra persona, y ese factor único y definitorio es lo que nos acaba marcando en nuestras relaciones con los demás. 

Repitiéndome, lo que quiero decir es que más allá de los landmarks típicos y el acento británico, para mí Londres es y será las personas que he conocido aquí. Toda la gente que me cruzo en mi vida diaria y cuyas conversaciones recordaré dentro de veinte años cuando piense en esta ciudad tendrán una influencia mucho mayor en mí que el clima, el Big Ben y las pintas de cerveza (bueno, esto último no sé).

Haced vosotros mismos un ejercicio de reflexión, y pensad acerca de lugares que hayáis visitado, ya sea el pueblo de vuestra infancia o un viaje a un rincón recóndito de la Polinesia Francesa. Sin lugar a dudas, la imagen que os vendrá será la del sitio físico. No obstante, ese regusto interno que acompaña la imagen no se corresponde a la chimenea de las casas del pueblo o a las palmeras de Tahití. Esa sensación tiene relación directa con la tranquilidad y sensación de felicidad que os infundía la conversación con vuestro abuelo mientras encendíais el fuego de esa chimenea, o la sonrisa de complicidad cuando hablabas con ella acerca de todo y nada bajo ese palmeral tropical.

Por tanto, os invito a hablar con todo el mundo cada vez que vayáis a un sitio nuevo, pues toda persona y sus experiencias os aportará un poco de riqueza a vuestros recuerdos, que al final es lo único que nos queda.

¡Feliz Navidad a tod@s!

PD: en relación con esto, un verbo inglés apócrifo que me encanta.

sonder
n. the realization that each random passerby is living a life as vivid and complex as your own—populated with their own ambitions, friends, routines, worries and inherited craziness—an epic story that continues invisibly around you like an anthill sprawling deep underground, with elaborate passageways to thousands of other lives that you’ll never know existed, in which you might appear only once, as an extra sipping coffee in the background, as a blur of traffic passing on the highway, as a lighted window at dusk.

n. cuando te das cuenta de que cada uno de los transeúntes con los que te cruzas tiene una vida tan compleja y vívida como la tuya - poblada con sus propias ambiciones, amigos, rutinas, preocupaciones y locura inherente-, una historia épica que se expande de manera invisible a tu alrededor como un hormiguero hacia las profundidades, con interrelaciones complejas con miles de vidas que nunca sabrás que existen, en las que quizás aparezcas una vez, como un extra sorbiendo café en el fondo, o como un borrón en el tráfico que pasa por la autovía, o una ventana encencida al anochecer.

Yo en Roma, haciendo amigos en el 192 d.C


domingo, 1 de noviembre de 2015

De visita en The Shard

El otro día tuve la suerte de subir a lo más alto de The Shard, el edificio más alto de la Unión Europea y el cuarto más alto de Europa, solo detrás de tres rascacielos soviéticos rusos de nueva construcción. Todo hay que decirlo, subí invitado en calidad de blogger por la organización que gestiona las visitas a la torre, después de un par de semanas de acoso por correo electrónico. Está claro que Lejos del Mediterráneo se está convirtiendo poco a poco en un medio moderno, dinámico y de gran repercusión internacional.
Jorge Fernández, periodista

Desde que fuera inaugurado en 2012, The Shard -pedazo de cristal en castellano- se ha convertido en uno de los enclaves más populares de Londres, pues desde su azotea (conocida como The View from The Shard) se puede observar una de las panorámicas urbanas más increíbles del planeta. En aquellos días en los que el Sol brilla sobre la capital del imperio y las gentes salen de sus casas victorianas para pasear y tomarse un buen roast y una pinta, las vistas desde lo alto del rascacielos permiten al visitante ver hasta 40 kilómetros de distancia, pudiéndose observar la comarca de Kent y el palacio de Windsor (todo esto según la audioguía).

Diseñado por Renzo Piano, la figura del edificio es inconfundble
Cuando llegué al sitio, pregunté educadamente a una trabajadora dónde podía recoger mi pase de prensa. Me preguntó mi nombre y la acompañé a recoger mi acreditación, que como podéis observar más arriba está diseñada a prueba de falsificaciones. Tras esto, me dirigí a la cola, donde me repartieron una videoguía bastante tosca y con pocas funcionalidades; lo único que merecía la pena era el discurso del jefe de limpiacristales del edificio, que contaba con tono jamesbondiano como tenían que limpiar las cristaleras de manera continua durante el resto de sus vidas porque había miles de ellas en la cubierta de la estructura.

El intrépido limpiacristales celebrando una vida de claridad
Una vez pasé por los controles de seguridad, ascendí a la planta 68 de la torre usando dos ascensores que subían a seis metros por segundo, por lo que mis oídos sufrieron el curioso efecto de la descompensación de presión típica de los rascacielos modernos. Ya arriba, otros tantos empleados de la atracción nos guiaron hasta los dos miradores de las planas 69 y 72, y por fin tuve la suerte de poder observar Londres desde el cielo. Sé que la calidad fotográfica es lamentable, así que me disculpo de antemano. La próxima vez intentaré escribir a Nikon Reino Unido para que me envíen una cámara (para hacer pruebas, ya se sabe). En cualquier caso, aquí tenéis unas cuantas fotos:


















No están mal del todo, ¿no? Si estás por Londres y quieres verla desde una perspectiva nueva y distinta, The Shard es sin duda el sitio que te quitará el aliento. Además, si te gustó Un mundo feliz de Aldous Huxley, te alegrará saber que en la torre mucha gente suele comprar una copita de champán para diferenciarse de la plebe a nivel del suelo, como si fuesen Alfas de la distópica novela del autor inglés.

Panorámica clásica del Támesis y la ciudad que protege


Dirección este
Así pues, cuando me cansé de contemplar la infinidad del horizonte y la complejidad de los engranajes urbanos de la ciudad, cogí el ascensor de vuelta y salí a pasar un soleado sábado por Londres, al más puro estilo épsilon. El champán lo dejo para la próxima visita, de momento me conformo con el soma.

Qué pequeño parece The Shard en la distancia.