En teoría debería estar haciendo deberes tras las jornadas de procrastinación que me estoy pegando (ya voy por el tercero de Canción de Hielo y Fuego), pero en mi desidia siento que tengo una deuda para con mis fieles lectores de blog y con mi primo Jesús (la razón por la que he ido a Jamaica, además de hincharme a pollo frito). Tanto es así, que me dispongo a narrar el viaje a Jamaica, esa isla tropical en mitad del Caribe, tan conocida en los Juegos Olímpicos y en el mundo del reggae, pero poco sonora en otros aspectos.
Todo empezó una hermosa mañana de primavera, en el aeropuerto de Santa Ana. Me subí a un funcional Boeing 737 y el despegue me hizo sentir pena, ya que a pesar de la fascinación que siento cada vez que me subo a un pájaro de hierro, el hecho de alejarme de mi ya hogareña California hacía que algo se apagara dentro de mi corazón. A 30000 pies de altura, sobrevolamos desiertos y todo el Southwest de Estados Unidos, hasta que el avión aterrizó en la metrópolis tejana de Dallas, hogar de los Cowboys y los Mavericks. Una escala breve en ese enorme aeropuerto (y cuado digo enorme, mirad la foto adjunta), y otro Boeing 737 a la húmeda Miami.
Dallas-Fort Worth (izquierda) - Madrid-Barajas (derecha) en la misma escala
Ya en Miami, pasé la noche en el suelo de la terminal, escuchando a todos los empleados cubanos del aeropuerto y viendo la octava temporada de The Office. Era complicado conciliar el sueño ya que no podía tumbarme en las sillas (drama del primer mundo), así que tras varias horas explorando la terminal y observando la belleza nocturna de la antigua colonia española, dormité en el suelo hasta que amaneció. No había internet.
Todavía me duele la espalda
Finalmente, temprano en la mañana me monté en otro Boeing 737 (sí, todos los aviones del viaje fueron Boeings 737), y en una hora y pico de vuelo sobre el Mar Caribe tocamos tierra. He de decir que me pareció uno de los aterrizajes más impresionantes en todos los vuelos que llevo a día de hoy (lo interesante del vídeo comienza a partir del minuto dos).
Ya en Jamaica, el calor y la humedad se dejaban notar, entre exuberantes montes verdes y zafíreas aguas. Bajo consejo de mi primo, cogí una especie de furgoneta destartalada que me dejó en el hotel donde trabaja, no sin antes jugarnos la vida tres o cuatro veces en la carretera destino Runaway Bay. Sé que a veces exagero y/o miento sin razón alguna, pero os puedo asegurar que la forma que tienen de conducir en este país es algo que ha superado todas las expectativas posibles, ¡están locos! Adelantamientos triples en dirección contraria, velocidades inusitadas en curvas cerradas de carreteras estrechas y un sinfín de atropellos al código de circulación, parecía aquello Grand Theft Auto: Montego Bay. Eso sí, ¡ay de aquél que ose tardar un segundo más de la cuenta en reaccionar al semáforo en verde!
Finalmente y tras montar en aquella atracción improvisada, llegué al colosal hotel Grand Bahía Príncipe Jamaica: Runaway Bay (un poquito de spam), y me reuní con mi primo, tras estar más de medio año sin ver a nadie con relación de sangre.
No salimos favorecidos, pero llevo la camiseta de Boeing
Aun no habían llegado el resto de la compañía familiar desde España (mi primo Carlos y mi tio Jesús, padre de Jesús), así que me dediqué a quemarme en una hamaca bajo el engañoso sol del trópico de Cáncer, y a disfrutar de la compañía del grupo de amigos madrileños que habían venido también a disfrutar de la semana santa con mi primo. Una vez estuvimos todos, la rutina semanal consistía en despertarse (más tarde de la hora de desayuno ya que el hotel tenía horario anglosajón. Nadie se cree que vaya a desayunar antes de las diez de la mañana estando de vacaciones) y vaguear, comer (el pollo frito estaba riquísimo) o ir a la playa. Por desgracia, el tiempo no acompañaba mucho, así que no estoy mucho más moreno que antes de del viaje.
La siesta es sagrada en todas las naciones de la Tierra
Quitando la rutina hotelera de comer y dormir (no os quiero distraer con mi banal rutina), hicimos varias excursiones que nos sirvieron para conocer un poco más la naturaleza de Jamaica.
Una de las primeras noches fuimos a la laguna luminosa de Falmouth, un lugar que realmente es único en el mundo. Para que os hagáis a la idea, se trata de una laguna con mezcla de agua dulce y salada con una alta densidad de fitoplancton dinoflagelado, que producen bioluminiscencia al contacto. Esto significa que cuando nos bañábamos en la laguna en la oscuridad de la noche, podíamos ver perfectamente dónde estaba cada uno gracias a la luz producida debido a las reacciones química naturales de estos pequeños organismos.
Curiosísima experiencia
En los días siguientes hicimos una excursión en quad por la selva jamaiquina, y también montamos en moto de agua en la cristalina playa de Negril (tras dos tortuosas horas en la rocambolesca carretera caribeña). Eran las predecibles excursiones programadas que hace el típico turista, pero no por ello fueron menos divertidas.
Motos de agua en Negril
Quads en Runaway Bay
Otra excursión reseñable fue un pequeño paseo en coche a la pequeña ciudad de Ocho Ríos, en la zona donde realmente viven los locales. No voy a decir que nos mirasen con buena cara porque no era así, está claro que los turistas no éramos muy bien recibidos en esa zona, supongo que por apropiarnos de sus costas vírgenes en las que cada vez hay más hoteles multinacionales (si bien les proporcionan miles de puestos de trabajo a los locales). A la vuelta, nos paró la policía y nos quisieron multar por ir seis personas en el coche...un billete de diez dólares (y mucho era) hizo que el policía cambiase de idea. No supe si alegrarme por habernos ahorrado la multa o apenarme por la corrupción de un país en vías de desarrollo (como España). A lo largo del viaje la policía nos pararía dos veces más, pero nos dejaron ir tras hacer como que no hablábamos inglés.
El tiempo en la isla siguió pasando, y poco antes de que tuviese que volver a California (pobre de mí), hicimos una visita claramente obligada para cualquier amante de la música y persona curiosa en general: el lugar de nacimiento y mausoleo de Bob Marley, en Nine Miles. Para que os hagáis a la idea de lo perdido que estaba el sitio, no salía ni en Google Maps (os reto a conseguirlo). No obstante, tras perdernos un par de veces y preguntar a los de la zona, llegamos al lugar indicado, en lo más profundo de la isla caribeña.
En lo salvaje
Colegio impregnado del espíritu del rastafarismo
Una cosa destacable del mausoleo era el hecho de que es el único sitio de Jamaica donde es legal adquirir y fumar marihuana -si bien en el resto de los sitios son permisivos-, aunque obviamente no compramos nada porque fumar es malo (¿será verdad esto que digo?). La excursión estuvo muy interesante, aunque dudo mucho que a Bob Marley le gustase el emporio que han montado alrededor de su prematura muerte.
Wanna buy some weed, mon?
Subiendo Mount Zion
Imagínate que te mueres y abren tu habitación al público con toallas tuyas encima de la cama
El tiempo se acabó, y la última actividad que hicimos fue algo que llevaba con ganas de hacer desde los diez años: submarinismo con botella. Tras veinte minutos de teoría y menos de práctica (un poco arriesgado), nos sumergimos bajo la lluvia en la costa del Caribe y respiré bajo el agua. Esto no acaba aquí, tendré que ponerme a ello de vuelta en el Mediterráneo.
Yo genuinamente feliz
Finalmente, en una oscura madrugada de lunes, como tantas otras noches de mi vida, tuve que decir adiós, meterme en otros tres Boeing 737 y volver a SoCal, tras un viaje que realmente mereció la pena y me abrió las puertas de un nuevo país para tachar de la lista. A los que viven en España, os veré pronto, y a Jesús -que estará leyendo esto-, ¡también!
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