miércoles, 29 de mayo de 2013

Haciendo autoestop de Irvine a San Francisco

Un servidor no tiene ningún tipo de aprecio por su vida, y su amigo Lluri tampoco la aprecia demasiado, así que un fin de semana largo como este Memorial Weekend pasado decidimos, como jóvenes aventureros que somos, coger unos cuantos carteles de cartón (con sus respectivos LOS ANGELES, NORTH/SF y PLEASE :-D) y llegar a dedo (o haciendo hitchhiking, como lo llaman los yanquis) del soleado y lujoso Orange County a la europea y moderna San Francisco, lo que vienen a ser 750 km de coche aproximadamente.

Uno de los carteles en cuestión

Todo comenzó un sábado por la mañana, cuando salimos de Irvine y unos amigos nos dejaron en una gasolinera en Tustin, cerca de la salida a la I-5 (carretera que recorrí entera en Navidad). En la gasolinera la gente nos miraba con cara de terror, así que nos dirigimos a la misma salida de la I-5, con el cartel de LOS ANGELES (ya usaríamos el otro más tarde) y con la esperanza de que alguien nos recogiese pronto. Pasaron veinte minutos y la rica comunidad de Orange County lo único que hacía era mirarnos con cara de condescendencia, con cara de "no voy a comprarte nada" o directamente eludirnos como gente peligrosísima que parecíamos ser. Sin embargo, poco después paró un hombre con su perro en un todoterreno gigante y nos recogió. El susodicho tendría treintaypico-cuarenta años, y nos dijo (como ya suponíamos) que en esa zona de ricos y poderosos nadie nos iba a recoger, que nos llevaba a Santa Ana, unas 12 millas al norte, donde sería más sencillo que alguien nos recogiese. En teoría tendríamos que haber apuntado la matrícula y enviársela a los colegas (que no daban aun duro por nosotros), pero con las prisas y la emoción no apuntamos nada. El conductor, con sus gafas Carrera y su sombrero de paja, nos contó un poco su vida surfera y nos dijo que de joven había seguido a una banda por toda la costa oeste haciendo autoestop, por lo que recogía a la gente de vez en cuando (todo un señor). Al cuarto de hora estábamos en otra acera cerca de la I-5, con un vagabundo veterano de la guerra de Vietnam diciéndonos que ese no era el mejor sitio, que fuésemos a otro lado. El de la foto es mi amigo con el cartel de LA, yo llevaba el de PLEASE con la cara sonriente, para parecer amigables y nada peligrosos (esto puede llegar a marcar la diferencia completamente).

Observa con detalle la barra de pan en la mochila. Comida de reyes.

A los diez minutos de estar esperando ahí y mientras el vagabundo nos gritaba consejos ininteligibles, una desvencijada pick-up grande tirando a camioneta cargada de bultos nos recogió, y resultó ser un inmigrante ecuatoriano muy majo que estaba trabajando e iba a LA de camino, así que nos llevó y nos contó un poco su vida: que si llevaba en California 25 años, que si no fuésemos al casino que perderíamos todo el dinero (creemos que tenía un pasado un poco turbio con el juego)...El curioso transportista estaba leyendo Veinte mil leguas de viaje submarino, y era la primera vez en su vida que recogía a hitchhikers en la carretera, así que estaba claro que inspirábamos confianza.

Downtown LA
Rodeamos los rascacielos de Los Angeles Downtown y nuestro amigo transportista nos dejó en Los Feliz Blvd, cerca de Hollywood, en la parte norte y cosmopolita de LA. La X marca el lugar:

Los Feliz Boulevard

En este punto, soleado hasta líimites insospechados, la gente nos daba ánimos y se reía de nosotros a partes iguales, y hasta una señora medio loca con vitíligo se paró y nos dio una dirección para que fuésemos en bus a San Francisco, pero si le hubiésemos hecho caso, ¡¡¿¿dónde quedaría la aventura??!! Así pues, esperamos media hora, hasta que un tio con su pick-up de franjas negras y blancas se paró y nos recogió (esta vez sí apunté la matrícula, pero vaya que no hacía falta porque era un máquina). No iba hasta San Francisco, pero por lo menos llegaba hasta Pismo Beach, una localidad playera a 280 kilómetros al norte por la autovía de la costa del pacífico (US-101). Nos subimos con él y nos empezó a contar que se dedicaba a grabar música para Disney, Nickelodeon y otras cadenas, y que iba a Pismo Beach para tocar algo de música con unos amigos y montar en su dirt-bike. He de decir que posiblemente lo más interesante de viajar a dedo son las historias de la gente que te recoge, ya que evidentemente son abiertas de mente (adjunto foto con el conductor).

Haciendo amigos por el mundo
Lo primero que nos dijo al entrar era que era un experto en artes marciales (pero que no podía esquivar balas), una de las mejores maneras de persuadir atacantes. Entre otras historias, nos contó que él había hecho autostop bastantes veces, y que los camioneros son el mejor método para viajar, ya que había ido de San Francisco a Boston (estamos hablando de un mínimo de 5000 km) en 5 días usando solo su dedo, y que recogía hitchhikers porque en una excursión con sus amigos a un cañón, el filtro de su cantimplora se rompió y pilló una infección bacteriana que casi le mata, pero una señora le recogió y salvó la vida en el hospital por pocas horas. Comimos con él en Santa Bárbara, ciudad rodeada de montañas y poseedora de una acogedora atmósfera, más o menos a mitad de camino entre Irvine y San Francico.

Santa Bárbara
He de decir que la carretera que cubrimos durante esa parte del trayecto (la famosa U-S101) era una maravilla, con el Pacífico y sus surfistas dentro pillando olas al oeste y montes escarpados y colinas al este, sumados a un ecosistema desconcertante, ya que siendo de Málaga me recordaba enormemente -y con razón- al clima mediterráneo al que tanto estoy acostumbrado en España.

US-101


Cerca de Despeñaperros


Falta el toro de Osborne

Sobre las cinco de la tarde llegamos a la localidad playera, y estábamos convencidos de que entonces sería mucho más fácil conseguir alguien que nos llevase, influenciados por el estereotipo de hospitalidad de NorCal. Nos pusimos en la calle principal, y no solo la gente se reía de nosotros y nos miraba mal, sino que hasta un subnormal de unos veintipicos años con el cerebro de un tamaño inversamente proporcional al de su pick-up (esta regla se cumple universalmente) nos gritó: "DO YOU NEED A RIDE??? GET A FUCKIN' JOB!!!" (¿¿Necesitáis que alguien os lleve?? ¡¡Conseguid un puto trabajo!!). Un retrasado en mayúsculas, pero nos hizo ver que teníamos que ponermos más cerca de la salida a la autopista hacia el norte, así que caminamos hasta una calle residencial con un flujo de coches mínimo y en la que un cartel amenazaba nuestra presencia.

ATENCIÓN. Guardia de vecinos. Reportamos inmediatamente cualquier PERSONAS SOSPECHOSAS o actividades sospechosas al departamento de policía.

                                                      

El viento del océano fragmentaba mi rostro durante la media hora que estuvimos (los curiosos nos hicieron fotos con un iPad y todo), hasta que un extraño hombre de veintipico años, barba y pelo  largo que iba a San Luis Obispo (una ciudad universitaria unos veinte minutos al norte) nos recogió. Austin se llamaba el misterioso individuo, de Nueva York, y no cogimos su matrícula pero no hubiera estado de más. Empezó a contarnos, con un curioso acento neoyorquino, que en la costa oeste todos eran unos falsos, que en su costa este natal los que decían que eran tus amigos eran tus amigos de verdad, y entre una cosa y otra dejó la última salida de San Luis Obispo a unas diez millas atrás (foto destrangis del individuo en cuestión).

Austin =  Ciudad de Texas = La matanza de Texas (Así funciona mi mente)

Le dijimos que diese la vuelta para volver a San Luis, que se había pasado la salida hace rato, y por suerte así hizo (estaba bastante despistado y haciendo cosas raras). Cuando cambió de sentido, el Sol se puso en nuestra contra, así que Lluri, que iba de copiloto esta vez, bajó la visera de su asiento para que no le diesen los rayos en la cara, y un objeto metálico cayó sobre su regazo. Pensábamos que sería un móvil o un GPS o algo así, pero era un cuchillo militar con una hoja de al menos 20 centímetros.

La herramienta universal
Se hizo un silencio tenso, y con un movimiento fugaz Austin cogió el cuchillo y apuñaló repetidamente a mi amigo en la yugular y Austin dijo que no pasaba nada, que era una herramienta útil para muchas cosas, que tonto era era el que no tenía uno así en el coche, así que mi amigo dejó cuidadosamente el cuchillo en su sitio de nuevo; ya sabíamos donde estaba por si hacía falta de verdad (aunque visto lo visto nunca supimos dónde gusrdaba la pistola), pero el resto del viaje fue bastante lúgubre e incómodo.

Nos dejó en San Luis Obispo sobre las seis y vuelta a la rutina del autoestopista (dato para frikis: todo esto fue el día 25 de mayo, día de la tolla, en honor al autor de la guía del autoestopista intergaláctico), nuevamente con vagabundos locos indicándonos otros sitios mejores donde hacer autoestop. Empezaba a hacer frío, la gente nos ignoraba mientras volvían a sus casas y tras una hora de espera paró un grupo de chavales de nuestra edad, y uno de ellos nos dio su teléfono porque iba a San Francisco la mañana siguiente, y nos dijo que si aun no habíamos conseguido a alguien que nos llevase que él nos proporcionaría transporte sin problemas. Aun así seguimos esperando, y entre otras cosas unos subnormales de fraternidad nos lanzaron por la ventana una caja metálica de Smint® (no nos dio) y un anciano con la cabeza en otra parte parte paró su coche, sacó una moneda de cincuenta centavos y nos dijo que si salía cara nos llevaba a LA y si salía cruz a San Francisco: automáticamente le dije que no se preocupase, que no necesitábamos su ayuda.

Yo mismo podría ser el de la X en San Luis Obispo
Tras dos horas de pie, cuando ya eran las ocho pasadas, el Sol se metía en el horizonte y mis manos entumecidas hacían que me costase levantar el dedo, Lluri dijo que nos fuésemos ya a un hostal cercano. ¡No! - le dije- ¡Aguantemos un cuarto de hora más! E hicimos bien, porque a los cinco minutos pasó una cosa bastante improbable -por razones obvias- en el mundo del autoestopismo: nos recogieron dos chicas de nuestra edad. Iban al norte sin destino aparente, y estaban muy muy locas (para los que me conocéis, figuraos que es el mismo tipo de locura que me caracteriza, pero multiplicada por diez). Cogimos confianza rápidamente y a las pocas horas paramos en King City, cuando ya estaban cansadas de conducir. Pasamos la noche en un motel de carretera con ellas (imagínate cómo tienen que ser para invitar a dos tios que no conocen de nada a un motel de película de asesinatos).

El motel en cuestión
A la mañana siguiente resumimos con ellas el viaje a San Francisco, pasando cerca de Silicon Valley, Stanford, la sede de Google y dejando la bahía a un lado, y llegando sobre las dos de la tarde y sin haber gastado un centavo en todo el trayecto. Un éxito de viaje de un día y pico, 750 km con cinco coches y personas muy diferentes pero con un común denominador: buena gente y mente abierta. En un futuro, espero que la gente se sienta más segura y así todos podamos disfrutar de esta grandísima experiencia que ha resultado ser el autoestopismo. Yo, desde luego, espero volver a repetirla.
 
San Francisco
¡¡En la meta!!


                                                        

4 comentarios:

  1. Increíble, en serio, me das una envidia... Joder qué aventura. Para contar a tus nietos.
    A ver si logro hacerlo algún día -si puedo contar con un experto en el tema mejor, guiño guiño- pero sin cuchillos...

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  2. Haaaaaaaaaaaaaalaaaaaaa. Qué envidia joe!!
    Y a todo esto, cómo volviste??

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    1. Amigos que estaban allí visitando a familiares, buena gente ellos que nos llevaron al sur hasta Irvine por la I-5.

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