¿Qué te inspira un cementerio? Plañideras, muertos y fantasmas, lágrimas amargas y despedidas para siempre. Son sitios agridulces, ya que implican decir un adiós sin concesiones, pero al mismo tiempo son monumentos a la vida.
Desde hace tres o cuatro años, le he cogido cierto gusto a visitar cementerios. Son lugares que, efectivamente, tienen un aura especial. Cuando lees epitafios de un niño que murió a la semana de vida, el corazón se te quiebra en mil pedazos. No obstante, cuando encuentras la dedicatoria de amor incondicional de unos hijos a un padre que tuvo una vida plagada de anécdotas (y es que en los detalles reside la felicidad), no puedes evitar esbozar una sonrisa y pensar que, efectivamente, la vida es una enfermedad terminal pero el camino que seguimos puede ser tremendamente divertido.
El primer cementerio que me impresionó fue el de La Almudena, en Madrid. Esta necrópolis es sencillamente gigante, albergando cerca de cinco millones de muertos, lo cual significa que tiene más muertos que habitantes hay en la capital de España, y una cantidad de calcio equivalente a la producción lechera española en siete meses y medio.
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Silueta del cementerio de La Almudena sobre Hyde Park |
Cuando entras al cementerio, siempre sueles encontrarte con el comprometido familiar que va a dejar un ramo de flores cabe la tumba o nicho del muerto. Eso siempre me hace recordar una reflexión del cura de mi barrio, en aquellos tiempos en los que aún pensaba que Dios podía ser la solución a los interrogantes de la existencia. En particular, el cura Tomás nos dijo que “no comprásemos flores cuando alguien muriese, sino que las regalásemos en vida”. Ésa es una de las frases que más se me han grabado a fuego, y que intento llevar a la práctica siempre que me es posible.
Entrada de La Almudena. Cruzando las puertas a otro tiempo. |
Caminar por el cementerio es una tarea introspectiva. Te das cuenta de que estás rodeado de innumerables historias, y eso te hace apreciar más la tuya. Lo que no negaré es que la mayor parte del cementerio (especialmente la nueva) no es especialmente bonita, y las tumbas antiguas están más bien descuidadas. Decía un sabio cuyo nombre no recuerdo que “uno nunca muere mientras esté vivo en el corazón de alguien”. Esto significa que, de media, se olvidan de tu tumba unos 80 años después de tu muerte, ya que tu conocido más joven en el momento de tu deceso también ha pasado a mejor vida.
Tumbas destrozadas por el tiempo y el olvido. |
Y efectivamente, esta regla se cumple a no ser que seas famoso. Las tumbas de la gente que la palmó antes de 1920-1930 están prácticamente en estado de ruina, y puedes comprobar cómo se van fundiendo poco a poco con la naturaleza. En las partes antiguas del cementerio, recuerdo haber estado al menos a doscientos o trescientos metros de la persona –viva- más cercana.
Finalmente y cuando sales del cementerio, notas como si estuvieses pasando a otro mundo. El tiempo se para cuando caminas entre tumbas y panteones, y volver a la calle implica cruzar un tenue velo entre el mundo de los muertos y los vivos.
En los meses que llevo en Londres, he podido visitar únicamente dos cementerios, y me faltan cinco para completar Los Siete Magníficos, una red de cementerios de estilo victoriano que se planearon con el fin de no superpoblar las iglesias de cadáveres del Imperio Británico. A diferencia del cementerio de la Almudena, estos cementerios son preciosos, y el clima favorece la decadencia de las tumbas de aquellas personas que fueron olvidadas hace ya tiempo.
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Matemáticas en la naturaleza |
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Entre los siete magníficos, he visitado
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Trabajadores del mundo, uníos |
Hablando de Brompton y Highgate como si de un solo cementerio se tratasen, destaco lo salvaje que son ambos. Estamos hablando de sitios que aun preservan un ecosistema auténtico dentro de la metrópolis. De hecho, Highgate está catalogado como reserva natural, así que no resultaba raro ver ardillas, zorros y pájaros cuyo nombre desconozco debido a mi ignorancia ornitológica (pido perdón a mi padre).
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¿Bosque o cementerio? |
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Espero que nos encontremos de nuevo |
Si algo envidio de la gente religiosa es su capacidad para afrontar la muerte arguyendo que les espera una vida de eternidad. También echo de menos el rezar y la capacidad curativa que tiene en momentos de dificultad, pacificando la mente independientemente de que se cumplan nuestras plegarias a una entidad tan antigua como el hombre. En cualquier caso, el no rezar quiere decir que sigo buscando explicaciones. No tengo ningún problema en fundirme con el suelo debajo de mí una vez que llegue el momento, pero mientras siga aquí seguiré visitando cementerios para valorar mi vida, honrar a aquellos que ya no están y aprovechar una mañana de domingo para dar un paseo por un espacio de naturaleza, donde las enredaderas se funden con la piedra y los zorros te observan en la distancia.
We´ll meet again