Estas navidades, un grupo de amigos compuesto por cuatro españoles y tres ingleses (históricamente no
tan amigos) decidimos alquilar un coche y quemar asfalto a lo largo de la costa oeste de Estados Unidos, poniendo rumbo al norte. Bueno, quizás no debería denominar este viaje como un viaje de Navidad, ya que aquí no he escuchado prácticamente a nadie
Happy Christmas, sino que todos te vienen con su políticamente correcto
Happy Holidays debido al contexto multicultural y de múltiples religiones en el que se encuentra California, ya que además de la cristiana Navidad, diversas comunidades celebran el
Janucá y el
Kwanzaa, e incluso algunos agnósticos y ateos podrían molestarse si les das excusas para celebrar su solsticio de invierno.
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Algunos carteles de carretera se encargaban de recordarnos de donde viene la palabra Christmas |
Para poneros en situación acerca de la dimensión del viaje, os ilustro con este mapa de Google Maps en el que se desvela la ruta entera (ida y vuelta se superponen):
Ver mapa más grande
El viaje empezó en Irvine, y con nuestra flamante Dodge Grand Caravan pusimos rumbo al sur, hasta la mismísima frontera de San Diego, para recoger al resto de aventureros, que estudian en la UCSD. Tras hacer noche en el campus de la puerta de América, madrugamos y empezamos a gastar gasolina. La primera parada fue nuevamente Irvine, ya que al coche se le encendió el piloto del motor y nos tuvieron que dar otro modelo de 2012, idéntico al anterior exceptuando el hecho de que el flamante nuevo modelo tenía puertas automáticas y, atención, ¡maletero de apertura automática! Parecía aquello una nave espacial rumbo a la Luna.
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Edu y Pablo sobre el módulo del Apolo XVIII al final del viaje |
Tras el imprevisto, bordeamos la megalópolis de Los Ángeles (visitada varias veces ya y cuyo análisis tengo aquí pendiente) y continuamos por la omnipresente I-5 hasta que empezamos a ver como el paisaje y la temparatura cambiaban notablemente. Tras unas cuantas horas de conducción, paramos en el primero de una larga lista de restaurantes de comida rápida a los que hemos ido este viaje: Jack in the Box, McDonald's, Wendy's, Taco Bell, Del Taco, Carl's Jr, American Pride, Panda Express, Jack in the Box otra vez, Taco Bell otra vez, Carl's Jr otra vez, y así continúa la lista. Nadie me hubiese dicho hace un año que iba a terminar por aborrecer la comida rápida, pero cuando estás en la tesitura de comer día sí y día también hamburguesas y porquerías equivalentes, llegué al punto en que habría matado por un plato de pescaíto frito o una loncha de jamón de Jabugo. Unas horas más en el coche nos dirigieron hacia la capital del norte de California (NorCal para los amigos), la europea y versátil San Francisco.
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Panorámica de San Francisco desde la isla de Alcatraz (sí, donde la cárcel) |
En San Francisco estuvimos como tres días (en esta entrada me voy a centrar en la carretera, las ciudades las dejaré para otro momento localizado en un futuro cercano), suficiente como para tener una idea global de qué es la ciudad. De las mejores fiestas americanas hasta el momento, Chinatown, rascacielos, cuestas, Alcatraz, frío -soy un friolero- y gente de todo el mundo. Comentar que, a diferencia del resto del viaje, no nos llovió en San Francisco.
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La Roca |
En la mañana del día 21, supuesto fin del mundo, partimos rumbo a Eugene (Oregón), donde en teoría debíamos pasar dos noches antes de continuar rumbo a Seattle. Sin embargo, el dios del invierno tenía otros planes para nosotros, ya que a la altura de Redding, relativamente cerca de la frontera entre California y Oregón, empezaron a sucederse los carteles LED anunciando que la I-5 estaba cerrada debido a fuertes nevadas. Intentamos buscar rutas alternativas, pero no eran factibles ni siquiera con cadenas. ¡Estábamos atrapados!
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Dramatización |
Al no tener hotel y estar todos los de la zona ocupados por el imprevisto cierre de la carretera, nos vimos forzados a dormir en el coche en un aparcamiento completamente lleno de camiones envueltos en nuestro mismo dilema. Fue una noche fría, pero por suerte el efecto invernadero provocado por las nubes hizo que fuese soportable. A la mañana siguiente, incluso antes de la salida del Sol, ya nos dirigíamos rumbo al norte a través de las montañas fronterizas, rodeados de uno de los paisajes más preciosos que he visto en mi vida. Montañas, abetos y nieve, todo ello mezclado con el aura de la indomable naturaleza, de lo virgen que puede llegar a parecer el bosque con unas cuantas toneladas de nieve encima.
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La frontera con Oregón un soleado día de invierno |
Hubo algún momento de tensión, ya que tuvimos que pararnos dos veces a poner unas cadenas que nadie sabía instalar. Por suerte, en ambas ocasiones nuestros salvador camión quitanieves (¡Gracias Homer!) nos facilitó el camino a la verde inmensidad. Tras unas siete horas de trayecto y después de haber descendido al gran bosque que compone el gran estado de Oregón, llegamos a la tranquila Eugene, donde pasamos una relajada noche en un mediocre motel de carretera (sí, son como los de las películas). A la mañana siguiente, y ya con perpetuo chispeo de agua que nos acompañaría durante el resto de viaje, volvimos a coger la carretera hasta llegar a Seattle, ciudad más importante del estado de Washington y cuna de empresas tan importantes para el mundo moderno como Microsoft, Amazon, Boeing o Starbucks.
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Centro financiero de Seattle desde la torre Space Needle |
Pasamos una agradable Nochebuena y día de Navidad y conocimos más o menos la ciudad, aunque el tiempo no animaba mucho a echarse a la calle. Si tengo que resaltar alguna experiencia en particular, sin duda me quedo con la increíble fábrica de aviones de Boeing, a la que mi frikismo tecnológico me dirigió en solitario. Una pasada.
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Cadena de ensamblaje del Boeing 747-8. Son capaces de construir aviones comerciales en tres días (Foto de nycaviation.com) |
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La víspera del día de los inocentes pusimos rumbo a la pacífica vecina Vancouver, situada a poco más de treinta kilómetros al norte de la frontera con Estados Unidos (ya habíamos completado el trayecto entre Méjico y Canadá). Pasaportes y visados en mano, el oficial canadiense no tuvo problema en dejarnos pasar a su país, y fue un alivio ver como de millas, yardas, pieses y pulgadas pasábamos de nuevo al todopoderoso e inteligible sistema métrico decimal. Sólo estuvimos un día, lo suficiente como para apreciar sutiles diferencias entre el modo de vida canadiense y estadounidense: alcohol y gasolina muchísimo más caros. Sin embargo, la metrópoli de la Columbia Británica (que por desgracia no pude visitar en todo su esplendor) era digna de ver, especialmente la vista del skyline desde el Stanley Park.
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Foto fantasma sobreexpuesta con Vancouver de fondo |
Después de haber pasado el Día de los Inocentes en Canadá, volvimos a la frontera y los agentes yankis de vigilancia fronteriza nos detuvieron por llevar veinte kilos de cocaína pura en el maletero. No sé quién los metió pero por su culpa estoy escribiendo esto desde la prisión federal de Everett. Feliz día de los inocentes con retraso. Tras la tontería de turno, simplemente comentar que no hubo ningún tipo de problema para volver a pisar la tierra de las oportunidades, y tras llenar el depósito de gasolina barata (para que os hagáis a la idea, hemos llegado a llenar el coche a un precio de 60 céntimos de euro el litro) pusimos de nuevo rumbo al sur ya que pasaríamos el fin de año en la ya conocida San Francisco. Tras un día entero de conducción llegamos a Portland, la ciudad más poblada del estado de Oregón. Mucho frío pasamos, y tras habernos cerciorado de todo lo que llevábamos gastado ya en la aventura -así es como entiende uno por qué los grandes exploradores necesitaban mecenas-, unos cuantos valientes decidimos pasar la noche en el coche. Fue una mala decisión, pero mereció la pena en el sentido más avaro de la palabra.
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Vagabundos -muy abundantes- en el frío nocturno de Portland |
Otra noche más en la carretera, esta vez en un cutremotel de Anderson, nos mostrarían el cambio de paisaje que se produce a lo largo de los miles de kilómetro de costa oeste recorridos. El día treinta entramos a San Francisco por la ruta histórica de la US 101, y eso no puede significar más que una cosa: el Golden Gate.
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Sí, estuve de día y anocheciendo. He aquí el resultado. |
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Pasamos un par de días en San Francisco, incluyendo un reflexivo y sobrio fin de año que me ha dado que pensar acerca de las múltiples posibilidades que ofrecerá este 2013. Finalmente, y tras otro día entero dentro de la caja (que conste que no he conducido ni una milla, que yo era el perpetuo copiloto), llegamos a San Diego para dejar a los que allí estudiaban, y en el epílogo alunizar en Irvine tras más de 5800 kilómetros de asfalto bajo nuestras ruedas, seiscientos más que de la soleada Málaga a la célebre Stalingrado. Feliz año, Jorge.
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La valiente tripulación en mitad del viaje |